Bienvenidos. Este blog pretende hablar de música clásica, de historias curiosas sobre compositores o músicos, sobre instrumentos e inventos, sobre obras concretas o anécdotas. En resumen: cualquier cosa que me resulte curiosa o que me haya tocado el corazón.
Asombrados se quedaron los
espectadores que fueron a escuchar este cuarteto un 22 de agosto de 2003 en el
festival de Salzburgo con motivo de la inauguración de las instalaciones de un
Hangar. Ese no fue el estreno oficial, ya que la primera representación de esta
obra tuvo lugar el 26 de junio de 1995 en el Holland Festival.
Su compositor, el alemán Karlheins
Stockhausen (1928-2007), fue considerado uno de los compositores contemporáneos
más relevantes de Alemania y uno de los pioneros de la música electrónica.
Stockhausen cuenta con una
extensa carrera como compositor contemporáneo y entre sus obras podemos
destacar el "Ciclo de Luz", un ópera que
duran 29 horas seguidas en las que el compositor expresa con música la relación
entre el ser humano, Dios y el Diablo.
“El concierto ha supuesto para
todos nosotros un reto”, declaró nada más terminar la interpretación de este
Cuarteto el director de la orquesta Staatsheater de Braunschweig. Antes de la
interpretación del grupo de cuerdas, existe una introducción de la orquesta a
modo de obertura de unos 30 minutos que tiene lugar en el Hangar del aeródromo.
Acto seguido, el público ve como despegan los cuatro helicópteros (Black Hawk
para ser exactos) cada uno de ellos con un intérprete: 2 violines, una viola y
un violonchelo.
A partir de ese momento, el
público puede ver en cuatro grandes pantallas a cada uno de los intérpretes,
amenizado con el ruido de las hélices y motores de los helicópteros. El
compositor, que está en el escenario,
realiza con una mesa de mezcla los ajustes necesarios para el público pueda
escuchar la obra.
Resulta curioso ver como los cuatro músicos, cada uno con
camisa de diferente color, se introducen en el helicóptero y recorren el cielo
imitando el ruido de motores y demás sonidos propios. Para facilitar la lectura, el compositor escribió en la partitura cada instrumento de un color distinto que se corresponde con la camisa que llega puesta el intérprete. El Cuarteto que interpreta esta obra es considerado como el
mayor especialista en música de cámara del Siglo XX: el Cuarteto Arditti. Su
fundador, Irvin Arditti (con camisa roja), primer violín, declaró “No sé si fue
el más gratificante, pero sí puedo decir que la mayor sorpresa nos la produjo
recibir la partitura del Cuartero para Helicópteros de Stockhausen”.
Partitura del Cuarteto
Y aquí tenéis un pequeño documental sobre el cuarteto con
declaraciones del propio compositor. Podéis juzgar vosotros mismos.
John Taylor (1703-1772) no era
músico. Era el oftalmólogo británico más famoso de la época. Y no precisamente
por si talento para operar, sino por su auto-propaganda.
Llegó a convertirse en el
cirujano del Rey George II, del Papa y un sinfín de familias reales europeas.
Las grandes personalidades querían ser operadas por el Doctor Taylor. Se dice
que antes de iniciar una cirugía, daba un largo discurso de autopromoción con
una oratoria inusual. Incluso llevaba un bolso con la siguiente inscripción:
“ Qui dat videre dat vivere”
Quién da la vista, da
la vida
Por todo ello, cuando Johann Sebastián Bach comenzó a tener problemas con la vista, sus amigos le
aconsejaron que le operase John Taylor. Poco se sabe de la vida de Bach. Sólo
existen dos biografías fiables, una de ellas escritas por su propio hijo Carl
Phillip Emanuel (el padre de la Sonata). Según la descripción, Bach era un
hombre tranquilo, sin ninguna enfermedad conocida con excepción de una posible
miopía. En las imágenes del compositor siempre lo muestran con el ceño fruncido
y partituras con notas grandes. Podría ser que, debido a su obesidad, padeciera
una Diabetes Mellitus y, como consecuencia de ella, le hubiera debilitado la
visión.
Cuando John Taylor examinó a
Bach, le diagnosticó una catarata en el ojo derecho. Le recomendó extraer el
cristalino para devolverle la visión. Recordemos que en el Siglo XVIII los
únicos anestésicos que se usaban eran una buena copa de vino y opiáceos. La
operación consistía en romper el cristalino en pedazos. Pues bien, Bach aceptó
operarse con la esperanza de recuperar la vista. Taylor era diestro y decidió a
su libre albedrío operar el ojo izquierdo que no tenía ninguna alteración. Su truco era hacer una pequeña incisión en la
conjuntiva del ojo enfermo y cubrir con
una venda el ojo sano. Le daba instrucciones al paciente para que tuviera el
ojo cubierto siete días, durante los cuales Taylor se las ingeniaba para salir
de la ciudad y marcharse lo más lejos posible para cuando el enfermo se quitara
la venda.
Johann Sebastian Bach
Como era de esperar, Bach no
recupero la vista. Sufrió una dolorosa cirugía en el ojo equivocado y un cuadro
infeccioso postoperatorio. Taylor, sabiendo que la técnica no funcionaría, dejó
recetado el uso de laxantes y tópicos con sangre de pichón, azúcar pulverizada
y sal de mar asada. Si esto no servía, se hacían pequeñas punciones
perioculares que luego eran cubiertas con puré de manzanas o maíz. Y si la
inflamación no remitía, se recomendaba infusiones de mercurio.
Bach quedó completamente ciego
del ojo izquierdo y con una catarata en el ojo derecho. A consecuencia de la
operación, falleció el 28 de julio de 1750.
George Friedrich Handel también
tuvo un encuentro con John Taylor, aunque no con el mismo resultado que Bach. A
partir de los 58 años, Handel comenzó a tener una disminución de la agudeza
visual, que fue empeorando progresivamente hasta que se convirtió en unas cataratas. En 1752 fue intervenido por
primera vez por el Doctor Samuel Sharp, sin ningún éxito, por lo que decidió
operarse una segunda vez por el Doctor Williams Bromfield con el mismo
resultado.
George Friedrich Handel
Ante el avance de las cataratas,
recurrió al Doctor Taylor para una tercera operación. Tuvo más suerte que Bach.
No tuvo ningún tipo de infección pero vivió completamente ciego los últimos
diecisiete años de su vida.
John Taylor murió en 1772 en el anonimato. Pasó
los últimos años de su vida completamente ciego, seguramente debido a una
operación realizada por un matasanos.
Al principio de plantearme la idea de escribir un blog sobre música clásica, me surgieron muchas dudas sobre qué escribir, qué cosas contar que fueran interesantes para la inmensa mayoría de los lectores. Pero de lo que nunca tuve dudas fue de qué en algún momento hablaría del Réquiem de Mozart. ¿Y porqué no empezar con el? En mi humilde opinión, el Réquiem de Mozart es la mejor obra vocal de la historia de la música clásica. Es una obra que toca el alma, que estremece, que emociona. Y aunque hay otros muchos Réquiem (en otra entrada hablaré de ellos), no llegan a transmitir tanto como lo hace el Réquiem de Mozart.
Pero empecemos por el principio. ¿Qué es un Réquiem? No es más que una Misa de Difuntos. También se le conoce como Prodifuntos ó Defunctorum. Se interpretaban en los funerales, en los aniversarios y el 2 de noviembre, fecha que la Iglesia Católica estableció como el “Día de Difuntos”.
El Réquiem como género musical tiene su origen en las partes de la Misa Católica (Introito, Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Benedictus y Agnus Dei).
El nombre de Réquiem viene de la primera palabra del Introito, que fue tomado del libro IV de Esdras del Antiguo Testamento, que dice así:
“Réquiem aeternam dona eis Domine et lux perpetua luceat eis”
“Dales, Señor, el eterno descanso y que la luz perpetúa brille para ellos”.
La primera aparición de un Réquiem es una misa polifónica de Guillaume Dufay (compositor franco-flamenco del primer renacimiento) que la compuso para su propio funeral. Posteriormente fue copiada por Johannes Ockeghem en la primera versión polifónica conocida de un Réquiem. En estas primeras composiciones se usaban los textos de las liturgias europeas. No fue hasta el Concilio de Trento que se incluyó el “Dies Irae” como una parte fija de la misa. Antoine Brumel hacia 1500 fue el primer compositor en incluirla en su Réquiem.
En el renacimiento español encontramos compositores como Cristóbal de Morales que escribió dos misas para difuntos: una de ellas a cinco voces y la otra basada en la liturgia para Beatriz de Portugal. También tenemos a Tomás Luis de Victoria con su Officium Defunctorum/ Réquiem.
Pero no sólo en el Renacimiento se componían Réquiems. Tenemos Misas para Difuntos de todas las épocas con compositores como Verdi, Querubini, Fauré, Dvorak, Berlioz, Britten, Ligetti, Michael Haydn (hermano de Joseph Haydn). Incluso compositores actuales se han lanzado a la aventura de componer un Réquiem como Karl Jenkins o el propio Andrew Lloyd Webber con su “Pie Jesu”, conocido por obras de teatro musical como “Jesucristo Superstar”, “El fantasma de la Ópera” o “Cats”.
Los antecedentes del Réquiem de Mozart
Mozart había dedicado sus primeros años de compositor en Salzburgo, su ciudad natal, a la música sacra. Su primera obra fue un Kyrie en Fa mayor que fue compuesto cuando tenía diez años. Después seguiría la “Misa Solemnis en Do menor” (también llamada “Misa del Orfanato”), la “Misa brevis en Re menor”, el oratorio “La Betulia liberata” y la “Misa brevis en Do mayor”. Las primeras grandes obras de música sacra llegaron a finales de la década de 1770 con la “Misa en Do mayor de la Coronación” y la “Misa solemnis en Do mayor”.
El Réquiem de Mozart
El julio de 1791, antes de salir de viaje a Praga, Mozart recibió una visita de un enmascarado que le pidió un Réquiem. Le indicó que no podía revelarle la identidad del pagador. Le entregó 50 ducados, que era la mitad del pago y le dijo que le daría otros 50 al terminar. Mozart nunca recibió el segundo pago ni tampoco supo quién hacía el encargo. Creyó que el enmascarado era un enviado de la propia muerte que le pedía que escribiera una Misa de Difuntos para sí mismo.
¿Quién era el misterioso enmascarado? Era un criado del Conde Franz Von Walsegg, un amante de la música que tenía por costumbre encargar obras que luego hacía pasar como propias. Quería una misa de difuntos para las exequias de su esposa que acababa de fallecer.
A pesar de creer que la propia muerte venía a pedirle un Réquiem y que su padre acababa de fallecer, Mozart no empezó a componerlo inmediatamente. Tenía otros encargos que terminar, como la ópera “La Clemenza de Tito”. Fue el 8 de octubre el día elegido por Mozart para comenzar con el encargo apremiado por su enfermedad, la reciente muerte de su padre y de las continúas visitas del misterioso enmascarado para ver la evolución de la misa.
Mozart nunca llegó a terminarlo. Murió dos meses después de empezar a componerlo: el 5 de diciembre. Según las últimas investigaciones, murió debido a fiebres reumáticas. Fue enterrado en una fosa común completamente arruinado.
¿Y qué pasó con el Réquiem? Como he comentado antes, Mozart nunca llegó a terminarlo completamente. Sólo terminó el “Réquiem aeternum”, “Kyrie eleison”, “Dies Irae”, “Tuba mirum”, “Rex tremendae”, “Recordare” y el “Confutatis”, dejando solamente algunas lagunas de la instrumentación y los desarrollos, de modo que un músico con experiencia podía terminarlo sin problemas.
Lacrimosa del Réquiem interpretado por la Orquesta Sinfónica de Viena con la dirección de Karl Böhm.
La esposa de Mozart, Constanze, decidió que había que terminar el Réquiem para poder cobrar el resto del encargo y salvar la maltrecha situación económica que había dejado Mozart. Para ello, Constanze contó con la ayuda de tres discípulos de su difunto marido: Franz Xaver Süssmayr, Joseph Eubler y Franz Jacob Freystädtler, siendo el primero de ellos el principal encargado de terminar el Réquiem. Cuando Mozart murió, “Domine Jesu” y “Hostias” estaban en una fase avanzada que Süssmayr terminó. En cambio, la pieza más conocida del Réquiem, el “Lacrimosa”, sólo tenía los primeros compases. El resto de piezas (“Sanctus”, “Benedictus” y “Agnus Dei”) fueron compuestos en su totalidad por Süssmayr. Para la última pieza, “Lux aeterna”, Süssmayr recurrió a la primera pieza (“Réquiem aeternum”), algo que seguramente Mozart nunca habría hecho. Pero Süssmayr quiso rendirle un sincero homenaje a su maestro.
El Réquiem fue entregado al misterioso enmascarado que, a su vez se lo entregó al Conde Walsegg. Pidió que copiaran de nuevo a mano la partitura omitiendo la firma de Mozart y presentándola a sus invitados como propia. Tenía por costumbre organizar veladas musicales los martes y jueves encargando nuevas obras a compositores de renombre. Durante muchísimos años, el Réquiem perteneció al Conde Walsegg. No fue hasta 1964, cuando Otto Erich Deustch encontró un manuscrito de Anton Herzog, quién trabajaba al servicio del Conde, en el que contaba las costumbres de falsear partituras de otros. Fue entonces cuando se descubrió la verdadera identidad el compositor de aquel Réquiem. Nada más y nada menos que Wolfang Amadeus Mozart.
Aquí os dejo el Kyrie dirigido por Julian Kuerti, en el que tuve la inmensa suerte de poder particular. Aunque no se me ve en el vídeo, os puedo asegurar que estaba allí cantando.
Y como curiosidad, aquí tenéis la versión original del Réquiem sin las partes nuevas que añadió Süssmayr. Este vídeo, concretamente, es de la parte final de la obra, desde el "Domine Jesu Christe" hasta lo que había compuesto Mozart. Si os interesa, en Youtube hay otros dos videos con el resto del Réquiem.